A principios de la presente centuria la población mundial podía cifrarse en torno a los 6.000
millones de personas; dentro de unos sesenta años esa cifra podría haberse convertido en 9.000 millones,
en el caso más favorable, lo cual supondría el techo de su crecimiento o, por el contrario, alcanzar los
12.500, en los casos más pesimistas.
Es un hecho que el rápido crecimiento de la población mundial, la llamada “explosión
demográfica”, y su relación con un potencial agotamiento de los recursos es un problema real, que hay que
afrontar, que está en la base de la mayoría de los problemas ambientales y que ha generando importantes
cambios en el volumen, composición y dirección de los flujos migratorios. Es, asimismo, un problema
complejo, con múltiples caras, que no es posible solucionar de una forma simple y mecánica como en su
momento se pensó: la solución pasaba por frenar drásticamente el crecimiento demográfico por los
métodos que fuese, sin actuar sobre los factores no biológicos causantes del mismo. De ahí buena parte de
las durísimas campañas de control de la fecundidad llevadas a cabo en algunos países del Tercer Mundo.
Tanto el crecimiento exponencial como el estancamiento poblacional tienen graves consecuencias
sociales y ambientales. En los países desarrollados el estancamiento con fuerte envejecimiento
demográfico es una situación inédita en la historia de la humanidad, genera los problemas de la tercera
edad, aumento de gastos sociales y sanitarios, sobrecarga del sistema de pensiones, desarrollo de
posiciones conservadoras, etc. Por lo que se refiere a las consecuencias económicas y ambientales, la
necesidad de mantener un crecimiento económico con una población estable o en retroceso obliga
aumentar la productividad y el consumo “per capita”, lo que supone una notable presión sobre los recursos
y sobre el medio.
En los países subdesarrollados, el rápido aumento de la población supera frecuentemente al del
PIB, por lo que se generan problemas de malnutrición, descapitalización, inflación por el aumento de
la demanda, etc. El crecimiento demográfico absorbe los recursos destinados al desarrollo, con lo que,
como dice Meadows, “todo el esfuerzo destinado a alimentar más a los hambrientos solo consigue
alimentar a más hambrientos”. Pero con un considerable aumento de la presión sobre los recursos y el
medio.
Guillermo Peralta Sosa
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