martes, 20 de octubre de 2015

Pobre barrio rico

Posteo este artículo del diario español El País porque me interesó mucho y entiendo que está muy relacionado al tema tratado:

Un barrio poblado por gente guapa, rebosante de una ajetreada vida social y cultural, tiendas monas, calles seguras, bares de diseño y muchos gin-tonics, todo esto donde antes había un lugar abandonado y gris enfermo de droga y prostitución. ¿Quién podría no desear tal cosa? El proceso por el que los barrios degradados de los centros de las ciudades se “revitalizan” de esta forma tiene nombre de bruja mala: gentrificación. El extraño vocablo viene del inglés gentry, que viene a significar burgués, luego podríamos estar hablando de procesos de aburguesamiento o elitización. La gentrificación es un fenómeno no muy estudiado en España, aunque sí en los países anglosajones. En Madrid sucede, ha sucedido o puede suceder en barrios como Malasaña, Lavapiés, Chueca y Tetuán. Y genera fervientes seguidores y críticos acérrimos.

¿Cuáles son las sombras de la luminosa gentrificación? Sus críticos denuncian el desplazamiento de los antiguos vecinos por nuevos vecinos de rentas más altas. Es decir, ciudadanos más humildes, ancianos, inmigrantes, etcétera, se ven expulsados del barrio (por la revalorización de los alquileres y los pisos) por jóvenes de clase media alta, parejas o solteros, artistas o de profesiones liberales con fuertes intereses culturales. Por supuesto la seguridad aumenta (en forma de videocámaras y mayor presencia policial) y tienden a desaparecer los yonquis y las prostitutas. También denuncian la creación de barrios temáticos sin servicios para los vecinos, como centros culturales, comercios tradicionales y supermercados. Pero ¿cuál es el motor que alimenta este fenómeno?

El fenómeno que se registra en barrios céntricos de la capital se repite en zonas de otras ciudades como el neoyorquino Greenwich Village o Castro Street en San Francisco.

Guía para cambiar un barrio

Algunos estudiosos como David Ley lo achacan a la demanda de ciertas clases más o menos acomodadas por un barrio. Este sería el caso de Chueca, que pasó de ser una zona muy deprimida, dejada de la mano de Dios, a una de las más queridas por la comunidad gay que, de alguna forma, la hizo suya. Es un ejemplo clásico de gentrificación: el barrio se “limpió” en todos los sentidos, el tejido social cambió y se revalorizó el suelo. Se hizo cool. Procesos similares con la comunidad gay como agente gentrificador se han vivido en el Greenwich Village neoyorquino o alrededor de Castro Street en San Francisco. Otros expertos como Neil Smith, lo achacan a la oferta, es decir, a operaciones inmobiliarias que prenden la mecha y dirigen el proceso. Este sería el caso del triángulo de Ballesta, donde la asociación de comerciantes TriBall compró en 2007 varios prostíbulos de la zona y se los cedió temporalmente a diseñadores y artistas para limpiarle la cara a la trasera de Gran Vía. Desde entonces la cosa se ha consolidado y, desde luego, TriBall (que así parece que se llama ahora el barrio casi oficialmente) ya no es lo que era. Procesos similares, a través del interés cultural, ha ocurrido en lugares como la zona del SoHo, en Manhattan, donde se establecieron bohemios y artistas.

El colectivo crítico Todo por la Praxis (TXP) organiza unas visitas guiadas a estos barrios llamadas gentrificatours: “confrontamos a la gente con el espacio, dando las claves para que la gente perciba en la calle los efectos que sufren los barrios. Planteamos un debate abierto y aprendizaje colectivo. Vienen perfiles muy variopintos, ciudadanos medios, vecinos, antropólogos o urbanistas que ofrecen nuevos puntos de vista”. En estos tours va creando un banco de fotografías que cuelgan en Twitter bajo el hashtag #gentrificatour. “En muchos casos hay cambio en el valor simbólico del barrio a través de la cultura que repercute en un cambio en el valor de las viviendas”, explican, “cambia la tipología de los pisos, se convierten pisos grandes y antiguos en pequeños pisos para gente que luego consumirá en los nuevos comercios del barrio. De alguna forma se impone un estilo de vida que excluye a ciertos colectivos”.

El motor, desde un punto de vista inmobiliario, en algunos de estos procesos suele ser el de siempre: comprar barato y vender caro. Lo explica Neil Smith en un libro clásico sobre el tema que acaba de rescatar la editorial Traficantes de Sueños, La nueva frontera urbana. Ciudad revanchista y gentrificación. El geógrafo habla aquí de la diferencia potencial de renta, es decir, la búsqueda de lugares con bajos precios inmobiliarios y donde sea posible sacar beneficio de una revalorización. “En TriBall hemos invertido en locales y, claro, los inversores tratamos de recuperar la inversión. ¿Especulación?, bueno, el mundo es así y la gente trata de sacar beneficio, ya sea con la Bolsa o las materias primas. Pero nuestros alquileres son moderados”, explica Miguel Ángel Santa, vicepresidente de TriBall, “por lo demás, nuestro propósito es darle vida a esta zona con lo que siempre la vertebró, el comercio, y también con el ocio y la cultura. Y lo hemos conseguido. Ahora es un lugar donde la gente quiere estar, hemos normalizado (no elitizado) una zona donde antes los vecinos tenían que hacer caceroladas para protestar por el nivel de degradación. Ahora se ven niños por estas calles. Sinceramente, creemos que estamos haciendo algo bueno”.

Lo cierto es que los pisos, según las estadísticas del portal inmobiliario Idealista.com, han bajado en esta zona (y en todas las demás), pero eso puede achacársele a la situación del mercado inmobiliario. “Hay que tener en cuenta”, explican desde TXP, “que este es un proceso a medio o largo plazo. Todavía hay tiempo de sacar beneficio”.

Arte, pero no servicios

Lavapiés es otro de los puntos calientes del asunto con su gran oferta cultural. “Hace 10 años me llamaban para preguntarme por la banda del pegamento, la droga o la delincuencia”, dice Manolo Osuna, presidente de la asociación de vecinos La Corrala de Lavapiés, “ahora tenemos buena imagen en prensa. Viene gente joven y artistas a vivir o a disfrutar del ocio en el barrio. ¿Que pueden subir los pisos? Es normal, la gente ahora quiere vivir aquí, pero lo veo como algo positivo. Lo que no me gusta es que haya Centro Dramático Nacional, Casa Encendida, muchas galerías de arte, etcétera, y no haya los servicios adecuados para los que vivimos aquí”.

En pocas frases Osuna hace una notable descripción del proceso completo de gentrificación, con sus luces y sus sombras. Desde esta asociación temen que los locales de tiendas al por mayor que están dejando los ciudadanos chinos en la zona de la calle del Mesón de Paredes (son hasta 600 en todo el barrio) acabe siendo colonizado por bares y se convierta en el nuevo Huertas, con los inconvenientes que eso puede causarles.

En la zona de Tetuán, justo al norte de la glorieta de Cuatro Caminos, está la zona de Bellas Vistas, que, según los críticos, corre peligro de gentrificarse: “actualmente es ocupada por la inmigración dominicana donde tienen sus tiendas y restaurantes, a veces puede parecer que estás en otro país”, explica Óscar Muñoz, del Observatorio Metropolitano, “pero es una zona con precios bajos, buenas comunicaciones, cerca del centro, de la universidad, y tiene al lado el eje comercial de la calle de Bravo Murillo, así que se puede sacar buen beneficio”. Desde allí se ve la Cuatro Torres Business Area.


A los críticos con este fenómeno, obviamente, no les gustan los barrios degradados, abandonados, sucios e inseguros, pero entienden que hay otra forma de hacer las cosas, más acorde con las necesidades de los vecinos y menos enfocada al comercio y al turismo. “Madrid se está planteando como una ciudad global que trata de atraer flujos internacionales de personas y capital”, explica Muñoz, “está muy bien mejorar la ciudad, claro, el problema es cuando eso se hace buscando unos intereses que no son los de los ciudadanos”.

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