Un barrio poblado por gente guapa,
rebosante de una ajetreada vida social y cultural, tiendas monas, calles
seguras, bares de diseño y muchos gin-tonics, todo esto donde antes había un
lugar abandonado y gris enfermo de droga y prostitución. ¿Quién podría no
desear tal cosa? El proceso por el que los barrios degradados de los centros de
las ciudades se “revitalizan” de esta forma tiene nombre de bruja mala:
gentrificación. El extraño vocablo viene del inglés gentry, que viene a
significar burgués, luego podríamos estar hablando de procesos de
aburguesamiento o elitización. La gentrificación es un fenómeno no muy
estudiado en España, aunque sí en los países anglosajones. En Madrid sucede, ha
sucedido o puede suceder en barrios como Malasaña, Lavapiés, Chueca y Tetuán. Y
genera fervientes seguidores y críticos acérrimos.
¿Cuáles son las sombras de la luminosa
gentrificación? Sus críticos denuncian el desplazamiento de los antiguos
vecinos por nuevos vecinos de rentas más altas. Es decir, ciudadanos más
humildes, ancianos, inmigrantes, etcétera, se ven expulsados del barrio (por la
revalorización de los alquileres y los pisos) por jóvenes de clase media alta,
parejas o solteros, artistas o de profesiones liberales con fuertes intereses
culturales. Por supuesto la seguridad aumenta (en forma de videocámaras y mayor
presencia policial) y tienden a desaparecer los yonquis y las prostitutas.
También denuncian la creación de barrios temáticos sin servicios para los
vecinos, como centros culturales, comercios tradicionales y supermercados. Pero
¿cuál es el motor que alimenta este fenómeno?
El fenómeno que se registra en barrios
céntricos de la capital se repite en zonas de otras ciudades como el
neoyorquino Greenwich Village o Castro Street en San Francisco.
Guía para cambiar un barrio
Algunos estudiosos como David Ley lo
achacan a la demanda de ciertas clases más o menos acomodadas por un barrio.
Este sería el caso de Chueca, que pasó de ser una zona muy deprimida, dejada de
la mano de Dios, a una de las más queridas por la comunidad gay que, de alguna
forma, la hizo suya. Es un ejemplo clásico de gentrificación: el barrio se
“limpió” en todos los sentidos, el tejido social cambió y se revalorizó el
suelo. Se hizo cool. Procesos similares con la comunidad gay como agente
gentrificador se han vivido en el Greenwich Village neoyorquino o alrededor de
Castro Street en San Francisco. Otros expertos como Neil Smith, lo achacan a la
oferta, es decir, a operaciones inmobiliarias que prenden la mecha y dirigen el
proceso. Este sería el caso del triángulo de Ballesta, donde la asociación de
comerciantes TriBall compró en 2007 varios prostíbulos de la zona y se los
cedió temporalmente a diseñadores y artistas para limpiarle la cara a la
trasera de Gran Vía. Desde entonces la cosa se ha consolidado y, desde luego,
TriBall (que así parece que se llama ahora el barrio casi oficialmente) ya no
es lo que era. Procesos similares, a través del interés cultural, ha ocurrido
en lugares como la zona del SoHo, en Manhattan, donde se establecieron bohemios
y artistas.
El colectivo crítico Todo por la Praxis
(TXP) organiza unas visitas guiadas a estos barrios llamadas gentrificatours:
“confrontamos a la gente con el espacio, dando las claves para que la gente
perciba en la calle los efectos que sufren los barrios. Planteamos un debate
abierto y aprendizaje colectivo. Vienen perfiles muy variopintos, ciudadanos
medios, vecinos, antropólogos o urbanistas que ofrecen nuevos puntos de vista”.
En estos tours va creando un banco de fotografías que cuelgan en Twitter bajo
el hashtag #gentrificatour. “En muchos casos hay cambio en el valor simbólico
del barrio a través de la cultura que repercute en un cambio en el valor de las
viviendas”, explican, “cambia la tipología de los pisos, se convierten pisos
grandes y antiguos en pequeños pisos para gente que luego consumirá en los
nuevos comercios del barrio. De alguna forma se impone un estilo de vida que excluye
a ciertos colectivos”.
El motor, desde un punto de vista
inmobiliario, en algunos de estos procesos suele ser el de siempre: comprar
barato y vender caro. Lo explica Neil Smith en un libro clásico sobre el tema
que acaba de rescatar la editorial Traficantes de Sueños, La nueva frontera
urbana. Ciudad revanchista y gentrificación. El geógrafo habla aquí de la
diferencia potencial de renta, es decir, la búsqueda de lugares con bajos precios
inmobiliarios y donde sea posible sacar beneficio de una revalorización. “En
TriBall hemos invertido en locales y, claro, los inversores tratamos de
recuperar la inversión. ¿Especulación?, bueno, el mundo es así y la gente trata
de sacar beneficio, ya sea con la Bolsa o las materias primas. Pero nuestros
alquileres son moderados”, explica Miguel Ángel Santa, vicepresidente de
TriBall, “por lo demás, nuestro propósito es darle vida a esta zona con lo que
siempre la vertebró, el comercio, y también con el ocio y la cultura. Y lo
hemos conseguido. Ahora es un lugar donde la gente quiere estar, hemos
normalizado (no elitizado) una zona donde antes los vecinos tenían que hacer
caceroladas para protestar por el nivel de degradación. Ahora se ven niños por
estas calles. Sinceramente, creemos que estamos haciendo algo bueno”.
Lo cierto es que los pisos, según las
estadísticas del portal inmobiliario Idealista.com, han bajado en esta zona (y
en todas las demás), pero eso puede achacársele a la situación del mercado
inmobiliario. “Hay que tener en cuenta”, explican desde TXP, “que este es un
proceso a medio o largo plazo. Todavía hay tiempo de sacar beneficio”.
Arte, pero no servicios
Lavapiés es otro de los puntos calientes
del asunto con su gran oferta cultural. “Hace 10 años me llamaban para
preguntarme por la banda del pegamento, la droga o la delincuencia”, dice
Manolo Osuna, presidente de la asociación de vecinos La Corrala de Lavapiés,
“ahora tenemos buena imagen en prensa. Viene gente joven y artistas a vivir o a
disfrutar del ocio en el barrio. ¿Que pueden subir los pisos? Es normal, la
gente ahora quiere vivir aquí, pero lo veo como algo positivo. Lo que no me
gusta es que haya Centro Dramático Nacional, Casa Encendida, muchas galerías de
arte, etcétera, y no haya los servicios adecuados para los que vivimos aquí”.
En pocas frases Osuna hace una notable
descripción del proceso completo de gentrificación, con sus luces y sus
sombras. Desde esta asociación temen que los locales de tiendas al por mayor
que están dejando los ciudadanos chinos en la zona de la calle del Mesón de
Paredes (son hasta 600 en todo el barrio) acabe siendo colonizado por bares y
se convierta en el nuevo Huertas, con los inconvenientes que eso puede
causarles.
En la zona de Tetuán, justo al norte de la
glorieta de Cuatro Caminos, está la zona de Bellas Vistas, que, según los
críticos, corre peligro de gentrificarse: “actualmente es ocupada por la
inmigración dominicana donde tienen sus tiendas y restaurantes, a veces puede
parecer que estás en otro país”, explica Óscar Muñoz, del Observatorio
Metropolitano, “pero es una zona con precios bajos, buenas comunicaciones,
cerca del centro, de la universidad, y tiene al lado el eje comercial de la
calle de Bravo Murillo, así que se puede sacar buen beneficio”. Desde allí se
ve la Cuatro Torres Business Area.
A los críticos con este fenómeno,
obviamente, no les gustan los barrios degradados, abandonados, sucios e
inseguros, pero entienden que hay otra forma de hacer las cosas, más acorde con
las necesidades de los vecinos y menos enfocada al comercio y al turismo.
“Madrid se está planteando como una ciudad global que trata de atraer flujos
internacionales de personas y capital”, explica Muñoz, “está muy bien mejorar
la ciudad, claro, el problema es cuando eso se hace buscando unos intereses que
no son los de los ciudadanos”.
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